¡Qué padre es leer!

 

 Por: Jorge Bárcenas / Cofundador de La valija / papá de 2

 

Sí, leer es una actividad emocionante, tal como expresa el título anterior en un sentido. Pero encuentro otro sentido posible en este título: que la lectura es una actividad apasionante que los papás podemos compartir con nuestros hijos.

Nada cuesta imaginarse a una mamá leyendo a sus niños antes de dormir. En cambio, imaginar a un hombre leyendo a sus hijos no es un estereotipo. Así que, aunque el título cae en el cliché, me parece que logra expresar que la lectura no es una actividad exclusiva de las mamás, mujeres, con los hijos. Por el contrario, los padres igualmente pueden procurarla y disfrutarla con ellos.

No examina las razones socioculturales por las que prevalece el estereotipo de la mamá como mediadora de la lectura. En su lugar, quiero compartir algunas reflexiones sobre las posibilidades que hay en que los papás nos demos tiempo para leer con los hijos. 

La lectura: una experiencia compartida con los hijos

 Una primera reflexión es sobre cómo la lectura con nuestros hijos nos da oportunidad de construir una memoria colectiva. Sobra decir que la lectura es una actividad esencialmente individual y solitaria. Pero como tantas otras actividades con esos rasgos pasa por un proceso de aprendizaje que es compartido. En ese proceso, en el caso de la lectura, participa la lectura en voz alta.

¡Bendita sea la lectura en voz alta! Si, como dice Ricardo Piglia, “la lectura es el arte de construir una memoria personal a partir de experiencias y recuerdos ajenos”, entonces la lectura en voz alta es el arte de construir una memoria colectiva con tales experiencias y recuerdos. El ritual de contar historias en voz alta en torno al fuego que practicaron nuestros antepasados revive cuando nosotros contamos un cuento en voz alta a nuestros hijos. Como a ellos, nos permite transmitir explicaciones sobre las posibles relaciones que hay entre tantos y tantos eventos que suceden día tras día, y de esta manera organizar nuestra experiencia. Como a ellos, nos permite resumir ciertas actividades, acontecimientos, hitos y costumbres con la sola referencia a una frase o al nombre de un personaje, que pasan a actuar como símbolos, y de esta manera crear una memoria compartida.

Puedo citar ejemplos de memorias compartidas con mis hijos a través de la lectura, pero no sé si les dirán mucho a los lectores porque son un poco como un código secreto. Por ejemplo, a veces para decirles que sean amables les pregunto si se creen el león (véase: ¿Tú te crees el león?). O a veces, para disculparme con mis hijos porque el trabajo me deja poco tiempo para estar con ellos les recuerdo que el pan no se regala, tal como entiende el protagonista de ¡Qué hambre la del hombrecito! A veces la lectura no trasciende más allá de un momento divertido, de una risa, como cuando les leo Willy el mago como un comentarista deportivo o cuando imito las voces de la viejita y de la Muerte de Cinco minutos y unos polvorones. Pero aun así, aun así, estoy seguro de que en esos momentos mis hijos y yo atesoramos una experiencia compartida.

Todo lo anterior lo mismo vale para cuando leen los papás que para cuando leen las mamás. Pero creo que para los papás puede ser especialmente valioso saber que la lectura es una gran aliada para construir memorias compartidas porque tradicionalmente tenemos menos tiempo para ello y porque muchas veces pensamos que esas memorias compartidas se forman con planes típicamente paternales (algún deporte) o con las ocasiones especiales (el paseo, las vacaciones). No, señores: las experiencias compartidas también están todos los días al alcance de la mano, en el librero, dentro de nuestro hogar.

 Redescubriendo el placer de leer con mis hijos

Una segunda reflexión tiene que ver con mi entusiasmo hacia la lectura. Me considero lector. Me formé como lector durante mi último año de prepa y en mis estudios en literatura, la licenciatura que cursé. Sin embargo, contrario a lo que se puede pensar, mi entusiasmo hacia la lectura no ha sido ni constante ni parejo. Ha habido años en que leer una novela es poco emocionante (la falta de tiempo, la sensación de que sea un libro más); ha habido años en que cobra más importancia leer un libro técnico para afrontar mejor el trabajo o la vida que leer por el mero gusto de leer. Me pesa reconocer lo anterior porque yo amo o amaba leer novelas y otros géneros literarios, por puro placer. Sin embargo, así fueron los dos años anteriores.

La pausa de muchas actividades o su ritmo menos aceleradoa causa del confinamiento debió suponer una gran oportunidad para leer y leer mucho, sobre todo para quienes, como yo, se consideran lectores. Mas no fue así para mí. Y aunque leí poco, sí se multiplicaron las oportunidades de estar con mis hijos, con quienes era un reto descubrir nuevos planes para pasar el tiempo. Uno de esos planes fue, naturalmente, la lectura. Al principio no faltó quéleer con ellos. Luego recurrimos a los libros que había en casa de los abuelos, y así llegaron a nuestras manos las historietas de Ásterix, que yo había leído cuando era niño. También como préstamos o regalos llegaron más tarde los libros de Roald Dahl y los dos primeros de Harry Potter, ilustrados. Para no extenderme, diré que leer tales títulos ha sido emocionante tanto para mis hijos como para mí, y leerlos muy pocas veces ha sido una actividad que hiciera por hacer algo, por pasar el tiempo a falta de alguna idea mejor.

Hace poco, en este blog, Luz de Alba escribía que los libros infantiles, más que para los niños, son para nosotros los adultos. No solo es cierto, como ella dice, que los adultos podemos leer estos libros como niños, sino que muchas veces nos recuerdan el principal motivo para leer: el gusto. Así es como puedo decir que leer con mis hijos ha sido una oportunidad para reencontrarse con el placer de leer.

Con una nota de nostalgia anticipada, dejo para el final de estas líneas una observación a modo de conclusión: la lectura compartida, en voz alta, es una actividad con vigencia, ya que pasada cierta edad se espera que el niño sea un lector autónomo y que tenga sus propios intereses. Ojalá cuando llegue ese momento podamos recuperar frases, personajes, símbolos, explicaciones que hemos robado a los libros junto con nuestros hijos. Y ojalá cuando llegue ese momento haber leído con ellos nos haya enseñado que leer es algo que debemos hacer siempre por placer.

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